Estos días grises de lluvia previos a la primavera me hacen sentir que podría vivir en una ciudad balnearia como Miramar, con un perro. Vendería telares de árboles hechos por encargo y comida sana vegetariana, en una casa de los años cincuenta de una planta frente al mar. Haría caminatas a la mañana temprano por la orilla, con campera, calzas y zapatillas. A la tarde escribiría. Estaría en silencio la mayor parte del día. Tendría el pelo largo, enredado la mayor parte del tiempo, las uñas sin pintar, la piel muy blanca.
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