sábado, 19 de mayo de 2018

Valparaíso

En la adolescencia
cuando este borrador no era lo que es ahora, yo
comenzaba 
tratando una balada ingenua.
Emocionalmente fieles, las palabras

daban cuenta del lugar, de un día y una noche:
Valparaíso por primera vez con diecisiete años
bajo el frío toque de queda en el jardín de una iglesia

con el pasto y el rocío hasta los huesos, sin dinero
después de los tragos y las putas en Avenida Brasil.


Héctor Figueroa (Santiago de Chile, 1969)

viernes, 18 de mayo de 2018

"Un Parque Chas para Belén Iannuzzi", presentación de "Frío y seco, Pampero", por Diego Meret

  La última vez que Belén y yo estuvimos fue en un auto. Después de una reunión me ofrecí a llevarla. Aunque no me acuerdo si me ofrecí o si ella me pidió que la llevara. El asunto fue que subimos a mi auto y pocos segundos más tarde perdimos por completo el sentido de la orientación y paseamos por toda la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las avenidas famosas perdían su fama a nuestro paso y las esquinas era todas iguales. Con lo difícil que es dar con un callejón sin salida, nos costó muchísimo nos parar de desembocar en ellos… y respetar la correcta circulación de las calles. Belén bautizó a ese episodio como “El Parque Chas mental de Meret”, como si yo lo hubiese generado, o como si hubiese sido una extensión de mi mente. Por eso voy a titular a mi lectura del siguiente modo: “Un Parque Chas para Belén Iannuzzi”.
   Como no soy poeta y además soy un poeta frustrado, me cuesta una enormidad hablar sobre poesía, porque en el fondo no sé bien qué es poesía, aunque intuyo que tiene que ver con un secreto, con oír el secreto. De verdad que tengo que hacer un esfuerzo muy grande. Lo que podría ser un placer, en este caso hablar de una poeta que disfruto y que admiro, y de la cual soy medio fanático, termina siendo algo muy difícil. Termina siendo un Parque Chas, como dije al principio. En algún momento, creo que hace alrededor de diez años, empecé a leer a Iannuzzi, y desde ese momento la leí siempre. Yo pienso que te das cuenta cuando leés por primera vez a alguien que vas a seguir leyendo, cuando la lectura se proyecta a textos que aún no existen, a esos textos y a esa voz que se proyectan en la cabeza del lector. Debe tener que ver con eso de dar con autores que de verdad están produciendo una lengua. 
   El otro día leía Frío y seco, Pampero y tuve la sensación de estar leyendo a Belén por primera vez, o de volver a encontrarme con sus textos pero como si los hubiese olvidado, y no de estar releyendo lo que antes leí en otros libros o plaquetas. Algo parecido me pasó con la poesía reunida de otro poeta, con un escritor con el que me vincula, de la misma manera que con Belén, algún sentimiento: un sentimiento también construido en función de la literatura y de otras cosas. Dos libros de poesía reunida, de dos poetas que son antes que nada son poetas. Así que además me la pasé pensando en esta cuestión de poesía reunida. ¿Qué es un libro de poesía reunida? ¿Cuál es el sentido? ¿Por qué hay que reunir la poesía? Bueno, en el caso de Iannuzzi sí me parece que tiene sentido esta reunión. Todos esos poemas, escritos en diferentes circunstancias de la existencia de la poeta, en el libro, en este libro, encuentran un nuevo campo de acción. Como dice Belén: “yo escribo el desplazamiento”. Eso está claro. En Frío y seco, Pampero se puede ver perfectamente el desplazamiento. Porque la poesía cuando tiene verdad es desplazamiento. Es una frase que podría repetir varias veces y no haría falta nada más. Yo escribo el desplazamiento. Yo escribo el desplazamiento. En la repetición incluso hay una voluntad que desprenden esas palabras. Leyendo esta reunión de poemas nos topamos con una poética en movimiento. Se puede ver la lengua extendida de una habitada por la poesía. Apenas empieza el libro está la ruta, está el viaje y están los poemas sobre Miami. 
   A poco de empezar con la lectura me impuse una suerte de ejercicio, que consistía en ver si podía leer, seguir leyendo los poemas, como si no conociera a Belén. Y ese ejercicio provocó un efecto. De entrada recibí un impacto. Se puede hacer eso, alejarse de la autora en este caso y leer como si estuvieras leyendo un texto encontrado en la calle. O supongo que se puede hacer cuando el texto alcanza perfección o una armonía clara y no necesitás agarrarte del autor. Y te encontrás con cosas como “los perros sin dueño / que corren en los pastos / como flequillos en la arena”. Humor, descubrimiento. Si la poesía no sirve para avisarnos que hay flequillos en la arena, no se me ocurre muy bien para qué otra cosa puede servir. Abandono el ejercicio ya por la sección de los “Haikus Gordos”. O más bien se me desarma o no lo puedo sostener por la referencia a la escritura de un diario, por la aparción del diario íntimo. O por la referencia a un diario, es decir a otro texto que por supuesto no está en el libro. Es sólo una referencia. Escribo de memoria y el poema es más o menos así: “fui todo lo que dicen cada uno de mis diarios íntimos”. Y acá la poesía reunida gana fuerza, o todavía más fuerza, ya que además de poesía hay testimonio. Se solapan o van en simultáneo la autobiografía y la poética en movimiento. Y en este movimiento hay también necesidad de paisaje y de memoria como paisaje. Ya resuena esta inistencia mucho antes de que aparezca escrita, hablada, en un poema. La inistencia de necesitar un paisaje: el viaje, el movimiento, el desplazamiento es eso, es necesitar un paisaje. Es la búsqueda de un paisaje, porque se viaja para buscar un paisaje. O lo buscamos de otro modo, pero todos necesitamos un paisaje: los zorzales que se pierden después de la poda, Manuel, los globos pegoteados por el dulce de leche de las manos de los chicos… y esa joven que viaja por Noruega también. Lo necesitmos todos. Y sobre todo un paisaje noruego. Esa parte, la parte de Noruega, es magistral, y de un tipo de escritura muy simple y al mismo tiempo increíble. Otra vez aparece la escritura diarística, pero ahora no como referencia, sino como la propia escritura en el diario íntimo. Y además aparece la poeta escribiendo, una reflexión sobre el hecho de escribir. Dice: “Escribo en una habitación que mira a un bosque del que podrían salir personajes de una novela de Mankell, aunque sea sueco”. Me encanta ese juego porque, si bien es una entrada a un diario, es además un texto enmarcado en un libro de poesía, y entonces es un poema. Los persanjes pueden brotar de un bosque noruego aunque Mankell sea sueco. El paisaje está intervenido por el imaginario, por la realidad, por el hecho espiritual de escribir y por una especie de incomodidad ante ese mismo paisaje. Leo después el poema “Hacia”, cuyo título ya expresa un movimiento o la intención de ir de un lugar a otro. “Voy a vivir esta vida peregrina de la palabra”. Y yo, que no sé nada y que soy un idiota en el sentido griego del término, imagino que la poesía un poco es eso, la vida peregrina de la palabra… y que los poetas son unos dementes buscadores de oro, como los personajes de las novelas de vaqueros que amo, los que abandonan la vida y buscan la aventura de los ríos… y que van detrás de la palabra, de la vida de la palabra y que ven la vida en la palabra. 
   Ya más avanzado el libro, Belén habla de la caída de los grandes relatos, que, por otro lado, siempre son pequeños o personales, o asociados a una historia personal. Yo creo que los relatos son pequeños, pero la caída es grande. Para ejemplificar esto, se cae, en el libro, el albergue Warnes. Y el libro avanza y las palabras se siguen repitiendo y hacen de la repetición un canto, un rito. La palabra Miami vuelve a aparecer, y la palabra casa, ruta, motel, fe, pino, iglesia, río, flores, nombres de países y ciudades y más ciudades, calles, caminos, y así… yendo, una escritura siempre yendo. Una cosa que nunca abandona el libro: el movimiento. Como en este poema: “Fui hasta ahí para saber que no quería estar ahí”. Se da una situación sin salida y que genera un movimiento continuo, ya que llegar al lugar en el que no se quiere estar implica otro movimiento. En este libro los lugares son siempre puntos de partida o tierras de la memoria y se reversionan todo el tiempo.
Cierro con unos versos de Frío y seco, Pampero, el poemario de final, que hasta el momento era inédito y que da nombre al libro. “Nada se detruye / sólo cambia / de forma / el barro / las palabras / el silencio también / es movimiento”. Ahora queda celebrar toda la potencia de esta poesía que con el tiempo se fue reuniendo.





Texto leído en San Telmo, el sábado 12 de mayo de 2018

lunes, 14 de mayo de 2018

Presentación de "Frío y seco, Pampero", por Julieta Sababes


   Leo a Belén mientras escaldo tomates; mientras espero a los del servicio técnico de internet; mientras el bebé duerme la siesta. Desde hace años que leo a Belén en el subte. Una vez la leí en el supermercado Coto de la calle Honduras, en la fila del banco muchas veces. Me gustaba sacar “Los que tienen fe” en medio de la fila del chino. A veces lo llevo en la mochila sólo para que me transmita fuerzas, el poder necesario para salir al mundo exterior.
   Una vez debí improvisar, en menos de media hora, una clase para un taller de música. Tomé los libros de B sin pensar. Terminamos un poco cantando y otro poco recitando sus poemas, elegidos al azar. Distintos poemas sonando a coro a la vez. Las palabras repicaban bajo el techo del salón de clases y nadie quería que el ejercicio terminara.
   Hace días que llueve y todo está húmedo, pegajoso. La ropa que intenté lavar cuelga mojada, húmeda, mal oliente. B me dice si para la presentación de su libro no quiero escribir algo y leer en vez de cantar. Le digo que sí sin pensar porque me gusta que sienta que entre cantar, escribir y leer no hay casi diferencia.

El problema es que estoy en un período de afasia. Hace semanas que olvidé la mayoría de las palabras, quiero decir algo y nada viene a mi mente, no hay conexión con el lenguaje, solo ruido blanco y un viento del lejano oeste. Pienso que leer las obras completas de Belén será una hermosa manera de volver a hablar. Como un manual de lectoescritura que usábamos en la escuela primaria. A los paisajes áridos de mi mente incorporaré sus palabras, abstracciones y formas. El cielo será “celeste limpio, como el monitor de una computadora”, el lunes “un sol aguachento, de mayo, en junio”. El día se apagará “como un fuego de guerra, herido” y nos señalará “la belleza de lo que termina”. Me dejaré acompañar por la musicalidad de sus poemas que son como una pieza de piano, a dos manos: la melodía es diáfana, amable, liviana pero si escuchamos con más atención, un bajo, apenas audible, “te va pegando piñas despacito” como dice Oscar Conde.
Sus poemas tienen la generosidad de dejar espacios y puertas abiertas. Como en el I Ching que con sus abstracción nos permite completar nuestro paisaje. Un texto que se hace de a dos. Belén tira palabras como flechas y luego se corre del camino, se esconde en el bosque o se va a otro lado. Dejándonos una vista extensa, haciéndonos lugar. Como en un despojo habla y a medida que lo hace se quita velos.
Podría ser una Lao Tsé que viaja por Uruguay, el Litoral, Noruega pero también se enamora y se lastima y a veces vive apilada en un edificio. Paisajes áridos, bosques, pistas de patinaje naturales, casas iluminadas como borlas navideñas conviven con una vereda con los restos de un asado de obra, orquestas de cemento y cal y un invierno que no se siente.
Como dice Grinberg en el prólogo de “Todos los bosques”: “Los adioses se imponen como avalanchas, pero sin heridas aparentes, apenas una tímida melancolía”.
Apenas una tímida melancolía. No escribe en la inmediatez, cuando las heridas queman, espera unos minutitos para que todo cobre nuevos sentidos. Realiza una danza muda con el tiempo. Todos tenemos heridas que duelen pero no todos las percibimos como piedras que sacamos de nuestro pecho quebrando la calma del río o nos sentimos “melancólicos, como una ciudad balnearia en temporada baja”. En esa espera hay también mucho humor, en el sentido de no tomarse nunca muy en serio y poder decir “tu manera de adorarme es como comer fideos con aceite todos los días, todos los días todos los días” o sentir que ya no hay nada que perder por lo que bien podría uno subirse a un barco en altamar a limpiar pescado para juntar plata y subirse a otro barco en altamar para seguir limpiando pescado.

Mudanzas:
“Frágil/ es raro escribir / en una caja/ mi nombre artístico”.
Estos poemas son también como pequeños objetos rescatados de una mudanza. Lo que se puede conservar de la inmensidad que es el pasado y la infancia. La casa de los primeros  veranos a punto de desmoronarse, las casas como frágiles sucesiones de abuelo a padre a hijos, la hiedra devorando la casa familiar. La vida pasa, incesante, las casas juntan polvillo, se desordenan, la ropa se ensucia, siempre hay una urgencia estúpida que nos desconcentra. Ahí donde uno podría abrumarse B sabe que no puede agarrar la estancia donde veraneaba y llevársela a su casa porque pronto se derrumbará, como el Albergue Warnes. Entonces junta amuletos, piedras, dibuja con palabras los tanques australianos y las luciérnagas en frasquitos  de la niñez y el atardecer a un costado de la ruta de un amor de verano. Pequeños tesoros como ayuda memoria, una síntesis de lo que vale conservar para seguir adelante.

Ser la maleza. Así se titula el prólogo que escribí para "Frío y seco, Pampero", su último poemario. La frase viene del poema "Yuyito del camino": "Todas las plantas/enlazadas/a la vía del tren/abrazadas/con fe y desesperación/a una barra de metal gastado/crecen como una maleza/libres, verdaderas".
Crecer como maleza, libre y verdadera. También en ese libro leemos, al inicio: creo en lo que no se ve y más adelante: El silencio también es movimiento. Y es una declaración de principios: la maleza, lo invisible, el silencio. Somos una generación atravesada por la revolución tecnológica de las computadoras e internet. No nacimos con ella como tantos otros, nos pasó por el medio. Tenemos redes sociales y usamos whatsapp para avisar lo obvio y a la vez recordamos que antes no nos avisábamos todo todo el tiempo y tal vez sí teníamos la concentración necesaria para leer novelas como "Lolita". En medio de esta vorágine las redes sociales nos hacen creer que la obra es estar ahí,  actualizarse, contar las novedades al otro que devino potencial fan o comprador. Estamos todo el tiempo limpiando la casa y las visitas nunca llegan y al final nunca habitamos la casa. El trabajo dedicado al autobombo va de a poco desplazando a la vida y a la obra y hay que hacer mucha fuerza para no caer en tamaña confusión, y entonces libros como los de Belén, personas como Belén, son un bálsamo, pequeñas pistas de las que agarrarse.

Cierro con algo de lo que escribí en el prólogo:
Para hablar desde el propio planeta (lenguaje, universo, mundo) hay que quedar en silencio y dejarse llevar, entender que los tiempos de creación son distintos a los de producción. Bancarse vivir en un tiempo/espacio paralelo al ordinario, saber que no se va a estar en la cresta de la ola, no se va a estar nunca al día, con la vigencia rabiosa del post actualizado. En el silencio hay movimiento. Habrá que refugiarse en la montaña y cuando sintamos que hay algo para compartir, bajaremos al pueblo y nos reuniremos con los demás en forma de libro, poema, canción, ofrenda o alimento.

Y en esa suerte de invisibilidad seremos libres para obrar y amar. Como la maleza junto a las vías del tren, como una calle desolada de Saavedra, como eso que no se ve pero sospechamos, tiene mirada, como ese beso que se da en medio de la noche para seguir durmiendo.


            
Texto leído en San Telmo, el sábado 12 de mayo de 2018