La última vez que Belén y yo estuvimos fue en un auto. Después de una reunión me ofrecí a llevarla. Aunque no me acuerdo si me ofrecí o si ella me pidió que la llevara. El asunto fue que subimos a mi auto y pocos segundos más tarde perdimos por completo el sentido de la orientación y paseamos por toda la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las avenidas famosas perdían su fama a nuestro paso y las esquinas era todas iguales. Con lo difícil que es dar con un callejón sin salida, nos costó muchísimo nos parar de desembocar en ellos… y respetar la correcta circulación de las calles. Belén bautizó a ese episodio como “El Parque Chas mental de Meret”, como si yo lo hubiese generado, o como si hubiese sido una extensión de mi mente. Por eso voy a titular a mi lectura del siguiente modo: “Un Parque Chas para Belén Iannuzzi”.
Como no soy poeta y además soy un poeta frustrado, me cuesta una enormidad hablar sobre poesía, porque en el fondo no sé bien qué es poesía, aunque intuyo que tiene que ver con un secreto, con oír el secreto. De verdad que tengo que hacer un esfuerzo muy grande. Lo que podría ser un placer, en este caso hablar de una poeta que disfruto y que admiro, y de la cual soy medio fanático, termina siendo algo muy difícil. Termina siendo un Parque Chas, como dije al principio. En algún momento, creo que hace alrededor de diez años, empecé a leer a Iannuzzi, y desde ese momento la leí siempre. Yo pienso que te das cuenta cuando leés por primera vez a alguien que vas a seguir leyendo, cuando la lectura se proyecta a textos que aún no existen, a esos textos y a esa voz que se proyectan en la cabeza del lector. Debe tener que ver con eso de dar con autores que de verdad están produciendo una lengua.
El otro día leía Frío y seco, Pampero y tuve la sensación de estar leyendo a Belén por primera vez, o de volver a encontrarme con sus textos pero como si los hubiese olvidado, y no de estar releyendo lo que antes leí en otros libros o plaquetas. Algo parecido me pasó con la poesía reunida de otro poeta, con un escritor con el que me vincula, de la misma manera que con Belén, algún sentimiento: un sentimiento también construido en función de la literatura y de otras cosas. Dos libros de poesía reunida, de dos poetas que son antes que nada son poetas. Así que además me la pasé pensando en esta cuestión de poesía reunida. ¿Qué es un libro de poesía reunida? ¿Cuál es el sentido? ¿Por qué hay que reunir la poesía? Bueno, en el caso de Iannuzzi sí me parece que tiene sentido esta reunión. Todos esos poemas, escritos en diferentes circunstancias de la existencia de la poeta, en el libro, en este libro, encuentran un nuevo campo de acción. Como dice Belén: “yo escribo el desplazamiento”. Eso está claro. En Frío y seco, Pampero se puede ver perfectamente el desplazamiento. Porque la poesía cuando tiene verdad es desplazamiento. Es una frase que podría repetir varias veces y no haría falta nada más. Yo escribo el desplazamiento. Yo escribo el desplazamiento. En la repetición incluso hay una voluntad que desprenden esas palabras. Leyendo esta reunión de poemas nos topamos con una poética en movimiento. Se puede ver la lengua extendida de una habitada por la poesía. Apenas empieza el libro está la ruta, está el viaje y están los poemas sobre Miami.
A poco de empezar con la lectura me impuse una suerte de ejercicio, que consistía en ver si podía leer, seguir leyendo los poemas, como si no conociera a Belén. Y ese ejercicio provocó un efecto. De entrada recibí un impacto. Se puede hacer eso, alejarse de la autora en este caso y leer como si estuvieras leyendo un texto encontrado en la calle. O supongo que se puede hacer cuando el texto alcanza perfección o una armonía clara y no necesitás agarrarte del autor. Y te encontrás con cosas como “los perros sin dueño / que corren en los pastos / como flequillos en la arena”. Humor, descubrimiento. Si la poesía no sirve para avisarnos que hay flequillos en la arena, no se me ocurre muy bien para qué otra cosa puede servir. Abandono el ejercicio ya por la sección de los “Haikus Gordos”. O más bien se me desarma o no lo puedo sostener por la referencia a la escritura de un diario, por la aparción del diario íntimo. O por la referencia a un diario, es decir a otro texto que por supuesto no está en el libro. Es sólo una referencia. Escribo de memoria y el poema es más o menos así: “fui todo lo que dicen cada uno de mis diarios íntimos”. Y acá la poesía reunida gana fuerza, o todavía más fuerza, ya que además de poesía hay testimonio. Se solapan o van en simultáneo la autobiografía y la poética en movimiento. Y en este movimiento hay también necesidad de paisaje y de memoria como paisaje. Ya resuena esta inistencia mucho antes de que aparezca escrita, hablada, en un poema. La inistencia de necesitar un paisaje: el viaje, el movimiento, el desplazamiento es eso, es necesitar un paisaje. Es la búsqueda de un paisaje, porque se viaja para buscar un paisaje. O lo buscamos de otro modo, pero todos necesitamos un paisaje: los zorzales que se pierden después de la poda, Manuel, los globos pegoteados por el dulce de leche de las manos de los chicos… y esa joven que viaja por Noruega también. Lo necesitmos todos. Y sobre todo un paisaje noruego. Esa parte, la parte de Noruega, es magistral, y de un tipo de escritura muy simple y al mismo tiempo increíble. Otra vez aparece la escritura diarística, pero ahora no como referencia, sino como la propia escritura en el diario íntimo. Y además aparece la poeta escribiendo, una reflexión sobre el hecho de escribir. Dice: “Escribo en una habitación que mira a un bosque del que podrían salir personajes de una novela de Mankell, aunque sea sueco”. Me encanta ese juego porque, si bien es una entrada a un diario, es además un texto enmarcado en un libro de poesía, y entonces es un poema. Los persanjes pueden brotar de un bosque noruego aunque Mankell sea sueco. El paisaje está intervenido por el imaginario, por la realidad, por el hecho espiritual de escribir y por una especie de incomodidad ante ese mismo paisaje. Leo después el poema “Hacia”, cuyo título ya expresa un movimiento o la intención de ir de un lugar a otro. “Voy a vivir esta vida peregrina de la palabra”. Y yo, que no sé nada y que soy un idiota en el sentido griego del término, imagino que la poesía un poco es eso, la vida peregrina de la palabra… y que los poetas son unos dementes buscadores de oro, como los personajes de las novelas de vaqueros que amo, los que abandonan la vida y buscan la aventura de los ríos… y que van detrás de la palabra, de la vida de la palabra y que ven la vida en la palabra.
Ya más avanzado el libro, Belén habla de la caída de los grandes relatos, que, por otro lado, siempre son pequeños o personales, o asociados a una historia personal. Yo creo que los relatos son pequeños, pero la caída es grande. Para ejemplificar esto, se cae, en el libro, el albergue Warnes. Y el libro avanza y las palabras se siguen repitiendo y hacen de la repetición un canto, un rito. La palabra Miami vuelve a aparecer, y la palabra casa, ruta, motel, fe, pino, iglesia, río, flores, nombres de países y ciudades y más ciudades, calles, caminos, y así… yendo, una escritura siempre yendo. Una cosa que nunca abandona el libro: el movimiento. Como en este poema: “Fui hasta ahí para saber que no quería estar ahí”. Se da una situación sin salida y que genera un movimiento continuo, ya que llegar al lugar en el que no se quiere estar implica otro movimiento. En este libro los lugares son siempre puntos de partida o tierras de la memoria y se reversionan todo el tiempo.
Cierro con unos versos de Frío y seco, Pampero, el poemario de final, que hasta el momento era inédito y que da nombre al libro. “Nada se detruye / sólo cambia / de forma / el barro / las palabras / el silencio también / es movimiento”. Ahora queda celebrar toda la potencia de esta poesía que con el tiempo se fue reuniendo.
Como no soy poeta y además soy un poeta frustrado, me cuesta una enormidad hablar sobre poesía, porque en el fondo no sé bien qué es poesía, aunque intuyo que tiene que ver con un secreto, con oír el secreto. De verdad que tengo que hacer un esfuerzo muy grande. Lo que podría ser un placer, en este caso hablar de una poeta que disfruto y que admiro, y de la cual soy medio fanático, termina siendo algo muy difícil. Termina siendo un Parque Chas, como dije al principio. En algún momento, creo que hace alrededor de diez años, empecé a leer a Iannuzzi, y desde ese momento la leí siempre. Yo pienso que te das cuenta cuando leés por primera vez a alguien que vas a seguir leyendo, cuando la lectura se proyecta a textos que aún no existen, a esos textos y a esa voz que se proyectan en la cabeza del lector. Debe tener que ver con eso de dar con autores que de verdad están produciendo una lengua.
El otro día leía Frío y seco, Pampero y tuve la sensación de estar leyendo a Belén por primera vez, o de volver a encontrarme con sus textos pero como si los hubiese olvidado, y no de estar releyendo lo que antes leí en otros libros o plaquetas. Algo parecido me pasó con la poesía reunida de otro poeta, con un escritor con el que me vincula, de la misma manera que con Belén, algún sentimiento: un sentimiento también construido en función de la literatura y de otras cosas. Dos libros de poesía reunida, de dos poetas que son antes que nada son poetas. Así que además me la pasé pensando en esta cuestión de poesía reunida. ¿Qué es un libro de poesía reunida? ¿Cuál es el sentido? ¿Por qué hay que reunir la poesía? Bueno, en el caso de Iannuzzi sí me parece que tiene sentido esta reunión. Todos esos poemas, escritos en diferentes circunstancias de la existencia de la poeta, en el libro, en este libro, encuentran un nuevo campo de acción. Como dice Belén: “yo escribo el desplazamiento”. Eso está claro. En Frío y seco, Pampero se puede ver perfectamente el desplazamiento. Porque la poesía cuando tiene verdad es desplazamiento. Es una frase que podría repetir varias veces y no haría falta nada más. Yo escribo el desplazamiento. Yo escribo el desplazamiento. En la repetición incluso hay una voluntad que desprenden esas palabras. Leyendo esta reunión de poemas nos topamos con una poética en movimiento. Se puede ver la lengua extendida de una habitada por la poesía. Apenas empieza el libro está la ruta, está el viaje y están los poemas sobre Miami.
A poco de empezar con la lectura me impuse una suerte de ejercicio, que consistía en ver si podía leer, seguir leyendo los poemas, como si no conociera a Belén. Y ese ejercicio provocó un efecto. De entrada recibí un impacto. Se puede hacer eso, alejarse de la autora en este caso y leer como si estuvieras leyendo un texto encontrado en la calle. O supongo que se puede hacer cuando el texto alcanza perfección o una armonía clara y no necesitás agarrarte del autor. Y te encontrás con cosas como “los perros sin dueño / que corren en los pastos / como flequillos en la arena”. Humor, descubrimiento. Si la poesía no sirve para avisarnos que hay flequillos en la arena, no se me ocurre muy bien para qué otra cosa puede servir. Abandono el ejercicio ya por la sección de los “Haikus Gordos”. O más bien se me desarma o no lo puedo sostener por la referencia a la escritura de un diario, por la aparción del diario íntimo. O por la referencia a un diario, es decir a otro texto que por supuesto no está en el libro. Es sólo una referencia. Escribo de memoria y el poema es más o menos así: “fui todo lo que dicen cada uno de mis diarios íntimos”. Y acá la poesía reunida gana fuerza, o todavía más fuerza, ya que además de poesía hay testimonio. Se solapan o van en simultáneo la autobiografía y la poética en movimiento. Y en este movimiento hay también necesidad de paisaje y de memoria como paisaje. Ya resuena esta inistencia mucho antes de que aparezca escrita, hablada, en un poema. La inistencia de necesitar un paisaje: el viaje, el movimiento, el desplazamiento es eso, es necesitar un paisaje. Es la búsqueda de un paisaje, porque se viaja para buscar un paisaje. O lo buscamos de otro modo, pero todos necesitamos un paisaje: los zorzales que se pierden después de la poda, Manuel, los globos pegoteados por el dulce de leche de las manos de los chicos… y esa joven que viaja por Noruega también. Lo necesitmos todos. Y sobre todo un paisaje noruego. Esa parte, la parte de Noruega, es magistral, y de un tipo de escritura muy simple y al mismo tiempo increíble. Otra vez aparece la escritura diarística, pero ahora no como referencia, sino como la propia escritura en el diario íntimo. Y además aparece la poeta escribiendo, una reflexión sobre el hecho de escribir. Dice: “Escribo en una habitación que mira a un bosque del que podrían salir personajes de una novela de Mankell, aunque sea sueco”. Me encanta ese juego porque, si bien es una entrada a un diario, es además un texto enmarcado en un libro de poesía, y entonces es un poema. Los persanjes pueden brotar de un bosque noruego aunque Mankell sea sueco. El paisaje está intervenido por el imaginario, por la realidad, por el hecho espiritual de escribir y por una especie de incomodidad ante ese mismo paisaje. Leo después el poema “Hacia”, cuyo título ya expresa un movimiento o la intención de ir de un lugar a otro. “Voy a vivir esta vida peregrina de la palabra”. Y yo, que no sé nada y que soy un idiota en el sentido griego del término, imagino que la poesía un poco es eso, la vida peregrina de la palabra… y que los poetas son unos dementes buscadores de oro, como los personajes de las novelas de vaqueros que amo, los que abandonan la vida y buscan la aventura de los ríos… y que van detrás de la palabra, de la vida de la palabra y que ven la vida en la palabra.
Ya más avanzado el libro, Belén habla de la caída de los grandes relatos, que, por otro lado, siempre son pequeños o personales, o asociados a una historia personal. Yo creo que los relatos son pequeños, pero la caída es grande. Para ejemplificar esto, se cae, en el libro, el albergue Warnes. Y el libro avanza y las palabras se siguen repitiendo y hacen de la repetición un canto, un rito. La palabra Miami vuelve a aparecer, y la palabra casa, ruta, motel, fe, pino, iglesia, río, flores, nombres de países y ciudades y más ciudades, calles, caminos, y así… yendo, una escritura siempre yendo. Una cosa que nunca abandona el libro: el movimiento. Como en este poema: “Fui hasta ahí para saber que no quería estar ahí”. Se da una situación sin salida y que genera un movimiento continuo, ya que llegar al lugar en el que no se quiere estar implica otro movimiento. En este libro los lugares son siempre puntos de partida o tierras de la memoria y se reversionan todo el tiempo.
Cierro con unos versos de Frío y seco, Pampero, el poemario de final, que hasta el momento era inédito y que da nombre al libro. “Nada se detruye / sólo cambia / de forma / el barro / las palabras / el silencio también / es movimiento”. Ahora queda celebrar toda la potencia de esta poesía que con el tiempo se fue reuniendo.
Texto leído en San Telmo, el sábado 12 de mayo de 2018
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