lunes, 14 de mayo de 2018

Presentación de "Frío y seco, Pampero", por Julieta Sababes


   Leo a Belén mientras escaldo tomates; mientras espero a los del servicio técnico de internet; mientras el bebé duerme la siesta. Desde hace años que leo a Belén en el subte. Una vez la leí en el supermercado Coto de la calle Honduras, en la fila del banco muchas veces. Me gustaba sacar “Los que tienen fe” en medio de la fila del chino. A veces lo llevo en la mochila sólo para que me transmita fuerzas, el poder necesario para salir al mundo exterior.
   Una vez debí improvisar, en menos de media hora, una clase para un taller de música. Tomé los libros de B sin pensar. Terminamos un poco cantando y otro poco recitando sus poemas, elegidos al azar. Distintos poemas sonando a coro a la vez. Las palabras repicaban bajo el techo del salón de clases y nadie quería que el ejercicio terminara.
   Hace días que llueve y todo está húmedo, pegajoso. La ropa que intenté lavar cuelga mojada, húmeda, mal oliente. B me dice si para la presentación de su libro no quiero escribir algo y leer en vez de cantar. Le digo que sí sin pensar porque me gusta que sienta que entre cantar, escribir y leer no hay casi diferencia.

El problema es que estoy en un período de afasia. Hace semanas que olvidé la mayoría de las palabras, quiero decir algo y nada viene a mi mente, no hay conexión con el lenguaje, solo ruido blanco y un viento del lejano oeste. Pienso que leer las obras completas de Belén será una hermosa manera de volver a hablar. Como un manual de lectoescritura que usábamos en la escuela primaria. A los paisajes áridos de mi mente incorporaré sus palabras, abstracciones y formas. El cielo será “celeste limpio, como el monitor de una computadora”, el lunes “un sol aguachento, de mayo, en junio”. El día se apagará “como un fuego de guerra, herido” y nos señalará “la belleza de lo que termina”. Me dejaré acompañar por la musicalidad de sus poemas que son como una pieza de piano, a dos manos: la melodía es diáfana, amable, liviana pero si escuchamos con más atención, un bajo, apenas audible, “te va pegando piñas despacito” como dice Oscar Conde.
Sus poemas tienen la generosidad de dejar espacios y puertas abiertas. Como en el I Ching que con sus abstracción nos permite completar nuestro paisaje. Un texto que se hace de a dos. Belén tira palabras como flechas y luego se corre del camino, se esconde en el bosque o se va a otro lado. Dejándonos una vista extensa, haciéndonos lugar. Como en un despojo habla y a medida que lo hace se quita velos.
Podría ser una Lao Tsé que viaja por Uruguay, el Litoral, Noruega pero también se enamora y se lastima y a veces vive apilada en un edificio. Paisajes áridos, bosques, pistas de patinaje naturales, casas iluminadas como borlas navideñas conviven con una vereda con los restos de un asado de obra, orquestas de cemento y cal y un invierno que no se siente.
Como dice Grinberg en el prólogo de “Todos los bosques”: “Los adioses se imponen como avalanchas, pero sin heridas aparentes, apenas una tímida melancolía”.
Apenas una tímida melancolía. No escribe en la inmediatez, cuando las heridas queman, espera unos minutitos para que todo cobre nuevos sentidos. Realiza una danza muda con el tiempo. Todos tenemos heridas que duelen pero no todos las percibimos como piedras que sacamos de nuestro pecho quebrando la calma del río o nos sentimos “melancólicos, como una ciudad balnearia en temporada baja”. En esa espera hay también mucho humor, en el sentido de no tomarse nunca muy en serio y poder decir “tu manera de adorarme es como comer fideos con aceite todos los días, todos los días todos los días” o sentir que ya no hay nada que perder por lo que bien podría uno subirse a un barco en altamar a limpiar pescado para juntar plata y subirse a otro barco en altamar para seguir limpiando pescado.

Mudanzas:
“Frágil/ es raro escribir / en una caja/ mi nombre artístico”.
Estos poemas son también como pequeños objetos rescatados de una mudanza. Lo que se puede conservar de la inmensidad que es el pasado y la infancia. La casa de los primeros  veranos a punto de desmoronarse, las casas como frágiles sucesiones de abuelo a padre a hijos, la hiedra devorando la casa familiar. La vida pasa, incesante, las casas juntan polvillo, se desordenan, la ropa se ensucia, siempre hay una urgencia estúpida que nos desconcentra. Ahí donde uno podría abrumarse B sabe que no puede agarrar la estancia donde veraneaba y llevársela a su casa porque pronto se derrumbará, como el Albergue Warnes. Entonces junta amuletos, piedras, dibuja con palabras los tanques australianos y las luciérnagas en frasquitos  de la niñez y el atardecer a un costado de la ruta de un amor de verano. Pequeños tesoros como ayuda memoria, una síntesis de lo que vale conservar para seguir adelante.

Ser la maleza. Así se titula el prólogo que escribí para "Frío y seco, Pampero", su último poemario. La frase viene del poema "Yuyito del camino": "Todas las plantas/enlazadas/a la vía del tren/abrazadas/con fe y desesperación/a una barra de metal gastado/crecen como una maleza/libres, verdaderas".
Crecer como maleza, libre y verdadera. También en ese libro leemos, al inicio: creo en lo que no se ve y más adelante: El silencio también es movimiento. Y es una declaración de principios: la maleza, lo invisible, el silencio. Somos una generación atravesada por la revolución tecnológica de las computadoras e internet. No nacimos con ella como tantos otros, nos pasó por el medio. Tenemos redes sociales y usamos whatsapp para avisar lo obvio y a la vez recordamos que antes no nos avisábamos todo todo el tiempo y tal vez sí teníamos la concentración necesaria para leer novelas como "Lolita". En medio de esta vorágine las redes sociales nos hacen creer que la obra es estar ahí,  actualizarse, contar las novedades al otro que devino potencial fan o comprador. Estamos todo el tiempo limpiando la casa y las visitas nunca llegan y al final nunca habitamos la casa. El trabajo dedicado al autobombo va de a poco desplazando a la vida y a la obra y hay que hacer mucha fuerza para no caer en tamaña confusión, y entonces libros como los de Belén, personas como Belén, son un bálsamo, pequeñas pistas de las que agarrarse.

Cierro con algo de lo que escribí en el prólogo:
Para hablar desde el propio planeta (lenguaje, universo, mundo) hay que quedar en silencio y dejarse llevar, entender que los tiempos de creación son distintos a los de producción. Bancarse vivir en un tiempo/espacio paralelo al ordinario, saber que no se va a estar en la cresta de la ola, no se va a estar nunca al día, con la vigencia rabiosa del post actualizado. En el silencio hay movimiento. Habrá que refugiarse en la montaña y cuando sintamos que hay algo para compartir, bajaremos al pueblo y nos reuniremos con los demás en forma de libro, poema, canción, ofrenda o alimento.

Y en esa suerte de invisibilidad seremos libres para obrar y amar. Como la maleza junto a las vías del tren, como una calle desolada de Saavedra, como eso que no se ve pero sospechamos, tiene mirada, como ese beso que se da en medio de la noche para seguir durmiendo.


            
Texto leído en San Telmo, el sábado 12 de mayo de 2018

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