Venía hacia mis adentros dándome cuenta de que
empecé a cruzarme con antropólogas de mi edad. E y M, dos personas muy únicas y
particulares. También venía pensando en estos días la manera de articular el pensamiento
que tienen los antropólogos, tan diferente a la manera en que lo articulo yo. Con
pensar digo la manera de ver el mundo, de entender una comunidad. Con los
rudimentos que fui adquiriendo en mi vida articulo el pensamiento y lo ordeno
gracias a la literatura y los acontecimientos culturales que puedo detectar. Mientras
escribo, me doy cuenta de que también G, una compañera de Iyengar, es
antropóloga, y es muy particular. La cuestión es que ayer apareció de nuevo la
antropología: el papá de V, a quien hacía años que no veía, también lo es;
trabaja sobre las comunidades y las constelaciones de Bolivia. Y entonces ayer,
mientras estaba en ese instante sagrado de deslizarme sobre las sábanas estiradas
y releer algunas páginas en este caso del Facundo antes de quedarme dormida, me acordé de un
momento muy único que pasé hace mucho tiempo: era una noche de sábado de
invierno, estaba en Buenos Aires, tenía veintitantos. Estaba todo cerrado porque
al día siguiente, el domingo, había elecciones en la ciudad. No sé cómo, con mi
amiga P y una amiga de ella alemana, terminamos comiendo y bailando en una casa
de madera sobre una playita en San Isidro. En esa casa, vivía un antropólogo
polaco de nuestra edad que había venido a Argentina por un intercambio estudiantil.
Yo tenía puesto un jean azul, botas marrones y una polera de lana celeste; no
es un detalle menor, siempre recuerdo la ropa que llevaba puesta en los
acontecimientos importantes, y puedo detectar que son importantes aunque en el
momento no pueda argumentar por qué. Hablé mucho con el polaco esa noche; me
hubiera gustado seguir en contacto con él pero no existía Facebook en esa época
y no era tan habitual intercambiar mails así de fácil. Me acuerdo también que
yo estaba mal por D y tenía un nudo en el estómago, como el que tengo ahora. Hablamos
de antropología, de Margaret Mead, de Tristes trópicos, de cuánto me gustaba esa disciplina. Y cuando empezó a hacerse de día, le dije “hay un libro que
quiero conseguir hace tiempo, pero no lo logro. Son los diarios de un
antropólogo polaco, Malinowski”. Y fue estirar el brazo hasta la biblioteca y
ponernos a leer.
qué lindo lo que escribiste.
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