yo no sabía que el Guachito Gil hacía travesuras, hasta que casi llego a Paraguay por error.
siempre es lindo viajar de noche, viendo las luces de los pueblos próximos que aparecen como una revelación. el Litoral, tan suelto él, tan libre, con su gente a la madrugada caminando a la vera del río, tereré en mano. en motitos, chicos lindos sin remera. viajamos con una luna llena que de manera total mojaba ese paisaje de esteros y palmeras. cuando nos dormíamos, ahí estaba de nuevo el micro que paraba una vez más en algún pueblito cuyo nombre ya ni nos esmerábamos por encontrar escrito en una pared o un negocio.
hacia la madrugada profunda, sin mis anteojos puestos, a la vera de la ruta sólo veía una especie de toldería que se extendía por dos cuadras o más. sólo llegaba a ver luces amarillas encendidas y rojo. puestos de comida. un cartel con un "GRACIAS", escrito con convicción y urgencia. el micro volvió a parar, esta vez un rato más largo. seguí durmiendo. cuando me desperté, estábamos llegando a Paraguay. me había pasado casi dos horas del pueblo donde debía bajarme.
la peripecia es larga: un señor del micro puso a cargar mi celular ya sin batería para que pudiera avisar dónde estaba, me dejaron en el puesto de una policía caminera de Corrientes, donde dos personajes dignos de una novela de Carlos Busqued trataban de conseguir que algún auto o camión me arrimara hasta el lugar donde me esperaban. uno, de menos de 30 años, con la cara pegada a la tele tomaba mate, escuchaba chamamé de una radio que tenía en el baño y comentaba noticias policiales en voz alta. el otro, aparentemente mayor y callado, esperaba en el medio de la ruta bajo un sol que la derretía ver a lo lejos, como en un espejismo, algún bólido que se apiadara de mí. en la esquina de la caminera, una Virgen de Itatí con un pequeño Gauchito Gil repleta de flores, cigarrillos, monedas y billetes.
la pareja que me dejó en la tranquera del campo adonde iba me dijo con mucha risa: ¡fue el Gauchito!. parece que cuando uno ve un altar de él en la ruta, debe bajar a saludarlo, dejarle un cigarrillo, una flor, un mensaje, una fruta. sino él hace alguna travesura para que lo veas. increíble. así que en una pasada que hicimos de Tabay a Santa Rosa, paramos a saludarlo. le dejamos caramelos.
siempre es lindo viajar de noche, viendo las luces de los pueblos próximos que aparecen como una revelación. el Litoral, tan suelto él, tan libre, con su gente a la madrugada caminando a la vera del río, tereré en mano. en motitos, chicos lindos sin remera. viajamos con una luna llena que de manera total mojaba ese paisaje de esteros y palmeras. cuando nos dormíamos, ahí estaba de nuevo el micro que paraba una vez más en algún pueblito cuyo nombre ya ni nos esmerábamos por encontrar escrito en una pared o un negocio.
hacia la madrugada profunda, sin mis anteojos puestos, a la vera de la ruta sólo veía una especie de toldería que se extendía por dos cuadras o más. sólo llegaba a ver luces amarillas encendidas y rojo. puestos de comida. un cartel con un "GRACIAS", escrito con convicción y urgencia. el micro volvió a parar, esta vez un rato más largo. seguí durmiendo. cuando me desperté, estábamos llegando a Paraguay. me había pasado casi dos horas del pueblo donde debía bajarme.
la peripecia es larga: un señor del micro puso a cargar mi celular ya sin batería para que pudiera avisar dónde estaba, me dejaron en el puesto de una policía caminera de Corrientes, donde dos personajes dignos de una novela de Carlos Busqued trataban de conseguir que algún auto o camión me arrimara hasta el lugar donde me esperaban. uno, de menos de 30 años, con la cara pegada a la tele tomaba mate, escuchaba chamamé de una radio que tenía en el baño y comentaba noticias policiales en voz alta. el otro, aparentemente mayor y callado, esperaba en el medio de la ruta bajo un sol que la derretía ver a lo lejos, como en un espejismo, algún bólido que se apiadara de mí. en la esquina de la caminera, una Virgen de Itatí con un pequeño Gauchito Gil repleta de flores, cigarrillos, monedas y billetes.
la pareja que me dejó en la tranquera del campo adonde iba me dijo con mucha risa: ¡fue el Gauchito!. parece que cuando uno ve un altar de él en la ruta, debe bajar a saludarlo, dejarle un cigarrillo, una flor, un mensaje, una fruta. sino él hace alguna travesura para que lo veas. increíble. así que en una pasada que hicimos de Tabay a Santa Rosa, paramos a saludarlo. le dejamos caramelos.
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