lo más terrible de la operación de urgencia no fue el susto por si no volvía de la anestesia, el olor entre nauseabundo y aséptico de una clínica católica obrera, ni las vías que ahora me hacen parecen una yonqui tercermundista de analgésicos y antibióticos y no sé qué más. ni siquiera la cicatriz, que hace una semana me acompaña como un tatuaje inalienable. lo más terrible de la operación de urgencia fue tener que observar con mis propios ojos ¡que no tengo sangre azul!
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