No hay modo de no exaltarse
cuando lo que te desilusionó levanta la cabeza
de entre sus brazos y parece querer hablarte otra vez.
Te olvidás de tu casa y de tu familia
y salís en tu coche o a pie
y vas donde creés que habita esa forma
de realidad. Al no encontrarla, rechazás
cualquier contacto posterior
hasta que estás de nuevo tratando de olvidar
la única cosa que (parece) te conmovió y te dio lo que va a ser tuyo para siempre
pero en la forma de una desilusión.
Sin embargo, muchas veces, mirando el horizonte
hay ese algo —¿adverso?— que no encontraste nunca
y eso que, sin los que vinieron antes, nunca te podrías imaginar.
¿Cómo se te ocurrió pensar que había una persona que podía hacerte
feliz y que esa felicidad no era el fenómeno
inconsistente que sabías que era? ¿Por qué seguís creyendo en esa
realidad tan subordinada al tiempo permitido
que tiene menos que ver con el exilio de tu edad
que con todo lo demás que la vida te prometió que podías?
Kenneth Koch (Estados Unidos, siglo XX)
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