sábado, 4 de noviembre de 2017

Tata

Le gustaban los sándwiches de miga de La Esmeralda de Belgrano y leía el diario "La Nación" a la noche en la cama, aunque se había casado con un militante socialista que leía "La Prensa" y "La Vanguardia". Iba a misa a la Redonda todos los días, pero no de chupacirios, sino de negociadora sabia acerca del momento que, intuía, estaba por llegar. También le gustaban los bombones de fruta. Y hacernos de comer a sus nietos. Mi hermana Carolina era
su preferida, y no tenía ningún problema en decirlo.
Hasta que tuve edad para volver sola a mi casa, fue a buscarme a la puerta del colegio, junto a mi abuelo, todos las tardes de mi escolaridad. Me esperaba primera entre la multitud, y sacaba de su cartera mágica, como una especie de Mary Poppins, caramelos, chocolates, alfajores, paragüitas. Con mi hermano Mariano, nos turnábamos para ir a dormir a su casa. Entonces, yo tomaba sus actitudes: comía sándwiches de miga de La Esmeralda, leía con ella el diario a la noche en la cama, rezábamos el rosario, cada una el suyo, cada una a su tiempo, escuchábamos hasta tarde música clásica de la radio.
Tenía un cuartito lleno de cachivaches, cartones, cajas, telas: fue la primera recicladora urbana que conocí. Lo gustaban las plantas y cuidaba de su jardín como si fuera una extensión andaluza del Museo Larreta, que estaba frente a su ventana. Un día me dijo: "A vos te va a costar el tema del amor", aunque estaba yo de novia, y me regaló un corazoncito con una cadena. Era una escorpiana brava. Toda su vida, se había cosido su propia ropa: vestidos, camisas, hasta tapados. Le gustaba tomarse un cafecito en Bonafide cuando caía el sol. Ya de grande, comenzó a interesarse por las fuentes. Así que una tarde me pidió que la acompañara a la librería Rodríguez, ya que a mí me gustaba leer desde chica, y se compró una edición muy barroca del "Martín Fierro" y las obras completas de Borges. Su color preferido era el rrrrrrojo, con muchas erres y bien fuerte -nunca cayó en el snobismo de clase de decir colorado-, y la comida de Navidad. Fue un poco mi mamá y fue una de las pocas personas del mundo que me quiso como soy.
Cuando nos enteramos de que estaba enferma de cáncer, aunque tardaron en decírmelo, el tiempo se detuvo para mí y fueron meses de vivir en cámara lenta, en un tiempo y espacio congelados y paralelos. Iba al trabajo, a la facultad y a su casa. Todos los días hasta la noche.
La semana anterior a su muerte, encontré tirado un sobre viejo en Santa Fe y Montevideo. Adentro tenía una carta escrita en francés junto a una estampita de la Virgen de Lourdes, de quien ella era devota. La estampita decía 8 de noviembre, el día que ella dejó este lugar.
Un día como hoy nacía. María Isabel Fernández Aratta de Ramírez. Mi adorada abuela Tata. A veces sueño con ella, y estamos juntas en el sueño por un rato. No hay un solo día que no piense en ella.





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