(un poema de 2008 que encontré por ahí)
para esta época
papá dejaba por unos días
el fiat en el mecánico
al lado de la casa de mis abuelos
en palermo viejo de los ochenta.
mamá bajaba las valijas
de los placares más altos
del departamento de zapiola,
separaba pilitas de ropa de invierno
de cada uno de nosotros,
nos preguntaba qué libros queríamos llevar,
qué juguetes,
nos compraba cuadernos de hojas lisas
en la librería de enfrente del colegio.
llevábamos botas de lluvia
y algunos abrigos tejidos a mano.
viajábamos de noche,
escuchábamos música de radio
hasta que la señal no llegaba más a la ruta.
parábamos en estaciones de servicio
para ir al baño
y estirar las piernas,
como decía papá.
cuando nos despertábamos
con mis hermanos,
los tres tapados por la misma manta verde,
el primer sol de la mañana
ya se había sentado en el parabrisas,
las sierras ya habían crecido
al costado del camino y hacia el fondo,
la ruta serpenteaba olor a hierbas
y brillo de mica en el suelo.
a las pocas horas
llegábamos al hotel de provincia,
guardado en silencio en medio de la sierra.
nos esperaba la casa "santa teresita",
con habitaciones amplias,
camas duras con cuatro frazadas
y almohadas de lana,
una cocina chica,
un baño con azulejos blancos fríos
y un comedor con una ventana que miraba a un monte
donde juntábamos piñas y flores.
el aire que curaba el asma
indicaba que habían llegado las dos semanas de vacaciones.
nuestros pantalones con pitucones
nos dejaban caernos en la sierra,
hacer pozos y cazar luciérnagas hasta la hora de la cena,
cuando el comedor del hotel
servía tres comidas y postre.
antes de dormir
leíamos un poco, nos dábamos un baño caliente
y luego de un té
nos dormíamos hasta la mañana.
paseábamos en mula
y mamá tomaba fotos
con su kodak heredada.
para esta época
papá dejaba por unos días
el fiat en el mecánico
al lado de la casa de mis abuelos
en palermo viejo de los ochenta.
mamá bajaba las valijas
de los placares más altos
del departamento de zapiola,
separaba pilitas de ropa de invierno
de cada uno de nosotros,
nos preguntaba qué libros queríamos llevar,
qué juguetes,
nos compraba cuadernos de hojas lisas
en la librería de enfrente del colegio.
llevábamos botas de lluvia
y algunos abrigos tejidos a mano.
viajábamos de noche,
escuchábamos música de radio
hasta que la señal no llegaba más a la ruta.
parábamos en estaciones de servicio
para ir al baño
y estirar las piernas,
como decía papá.
cuando nos despertábamos
con mis hermanos,
los tres tapados por la misma manta verde,
el primer sol de la mañana
ya se había sentado en el parabrisas,
las sierras ya habían crecido
al costado del camino y hacia el fondo,
la ruta serpenteaba olor a hierbas
y brillo de mica en el suelo.
a las pocas horas
llegábamos al hotel de provincia,
guardado en silencio en medio de la sierra.
nos esperaba la casa "santa teresita",
con habitaciones amplias,
camas duras con cuatro frazadas
y almohadas de lana,
una cocina chica,
un baño con azulejos blancos fríos
y un comedor con una ventana que miraba a un monte
donde juntábamos piñas y flores.
el aire que curaba el asma
indicaba que habían llegado las dos semanas de vacaciones.
nuestros pantalones con pitucones
nos dejaban caernos en la sierra,
hacer pozos y cazar luciérnagas hasta la hora de la cena,
cuando el comedor del hotel
servía tres comidas y postre.
antes de dormir
leíamos un poco, nos dábamos un baño caliente
y luego de un té
nos dormíamos hasta la mañana.
paseábamos en mula
y mamá tomaba fotos
con su kodak heredada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario