Cómo conocí a JL
Habíamos quedado por mail en que después del mediodía del martes pasaría a dejar las revistas. Darío me había hablado de un "living pop" sobre la calle Moreno en donde pasaban cortos y tomaban tragos. Pensaba que ese lugar podía funcionar como espacio de circulación de nuestro pasquín literario. Creíamos tanto en la literatura. Creíamos tanto en nosotros. Pero ese living pop mítico se había mudado a La Catedral, un lugar secreto y mágico-tenebroso en la calle Suipacha, casi Córdoba. Para entrar, había que tocar un timbre de lata oxidado, esperar que alguien escuchara desde el fondo y viniera caminando a abrir la puerta. Atravesar ese pasillo largo y gris y faaaa, abrir la mirada y los sentidos a ese living pagano que había sido una iglesia. Y entre bancos metalizados y sillones de pana azul, un vitreaux del Espíritu Santo hacía reflejo sobre el vaso con agua que J me convidó. Porque era febrero, o por ahí. Y hacía mucho calor. J transpiraba y yo vivía mi karma de esa época: estaba buena pero no lo sabía. J recibió las revistas con mucho interés. Después de diciembre de 2001, toda expresión genuina, horizontal, artística era recibida por los otros como un trofeo, como una pequeña victoria colectiva. No había celulares en esa época. No de manera masiva. Así que comenzamos una simpática relación vía e-mail. Un día me invitó a ver a Hernán "un poeta de los Verbonautas que va a presentar un libro nuevo, Madrecitas de veintipico". Pero no fui. Otro día me invitó a ver a Narcotango, un grupo de tango electrónico, un género tan de moda en esa época, que la había pegado en Europa y estaba repentinamente de gira por Buenos Aires. Pero tampoco fui. Y debo reconocer que no recuerdo con claridad cuál fue nuestra primera cita. Pero podría ser ese mismo verano en el Parque Lezama, cuando fuimos a ver un recital del Chango Spasiuk después de atravesar un corso sobre la calle Independencia, con nenes que tiraban espumita y luces de colores. O alguna película por algún cine del centro, porque andábamos bastante por el centro. No, no recuerdo con claridad. Pero sí recuerdo, en un plano secuencia en HD, la primera vez que entré a la casa de la calle Perú, donde vivía junto a un grupo de músicos, cineastas, extranjeros y quéséyo. ¿Qué era eso, por favor? ¿Era eso Disneylandia? Una escalera larga de mármol con unos potus que colgaban, un sillón roído en un rincón, instrumentos musicales de Hamacas al río, un gato, un pasillo y las mil y una habitaciones. En invierno hacía mucho frío, pero nos tapábamos con mantas y una bolsa de dormir y nos abrazábamos como en Viven. y charlábamos hasta las mil sobre Perrone, el oeste (de donde él era), el cine de autor, el dogma, porque era la época del dogma. y veíamos cortos que después proyectarían en ciclos en La Catedral y más tarde en la Biblioteca Nacional. vimos también un mundial juntos, qué mundial habrá sido. y gracias a él conocí y pude entrevistar a Leonardo Favio para el primer diario en el que trabajé. pero it´s all downhill after the first kiss. tampoco recuerdo cómo terminó. nunca fue algo formal tampoco, aunque en algún momento quisimos que lo fuera. él viajaba, iba y venía con sus cortos, México, Brasil. nos encontramos por azar una tarde en la línea D, y empezamos a vernos de nuevo. y cometimos el error de querer hacer un libro juntos sobre Favio. ya era el 2008 o 2009.
hace dos años, una noche, de casualidad, nos cruzamos en la Plaza de Mayo en un recital de Calle 13. J me miró con ojos de odio y siguió de largo con sus amigos sin saludarme. le escribí un mail amoroso después de eso. nunca me lo contestó.
Habíamos quedado por mail en que después del mediodía del martes pasaría a dejar las revistas. Darío me había hablado de un "living pop" sobre la calle Moreno en donde pasaban cortos y tomaban tragos. Pensaba que ese lugar podía funcionar como espacio de circulación de nuestro pasquín literario. Creíamos tanto en la literatura. Creíamos tanto en nosotros. Pero ese living pop mítico se había mudado a La Catedral, un lugar secreto y mágico-tenebroso en la calle Suipacha, casi Córdoba. Para entrar, había que tocar un timbre de lata oxidado, esperar que alguien escuchara desde el fondo y viniera caminando a abrir la puerta. Atravesar ese pasillo largo y gris y faaaa, abrir la mirada y los sentidos a ese living pagano que había sido una iglesia. Y entre bancos metalizados y sillones de pana azul, un vitreaux del Espíritu Santo hacía reflejo sobre el vaso con agua que J me convidó. Porque era febrero, o por ahí. Y hacía mucho calor. J transpiraba y yo vivía mi karma de esa época: estaba buena pero no lo sabía. J recibió las revistas con mucho interés. Después de diciembre de 2001, toda expresión genuina, horizontal, artística era recibida por los otros como un trofeo, como una pequeña victoria colectiva. No había celulares en esa época. No de manera masiva. Así que comenzamos una simpática relación vía e-mail. Un día me invitó a ver a Hernán "un poeta de los Verbonautas que va a presentar un libro nuevo, Madrecitas de veintipico". Pero no fui. Otro día me invitó a ver a Narcotango, un grupo de tango electrónico, un género tan de moda en esa época, que la había pegado en Europa y estaba repentinamente de gira por Buenos Aires. Pero tampoco fui. Y debo reconocer que no recuerdo con claridad cuál fue nuestra primera cita. Pero podría ser ese mismo verano en el Parque Lezama, cuando fuimos a ver un recital del Chango Spasiuk después de atravesar un corso sobre la calle Independencia, con nenes que tiraban espumita y luces de colores. O alguna película por algún cine del centro, porque andábamos bastante por el centro. No, no recuerdo con claridad. Pero sí recuerdo, en un plano secuencia en HD, la primera vez que entré a la casa de la calle Perú, donde vivía junto a un grupo de músicos, cineastas, extranjeros y quéséyo. ¿Qué era eso, por favor? ¿Era eso Disneylandia? Una escalera larga de mármol con unos potus que colgaban, un sillón roído en un rincón, instrumentos musicales de Hamacas al río, un gato, un pasillo y las mil y una habitaciones. En invierno hacía mucho frío, pero nos tapábamos con mantas y una bolsa de dormir y nos abrazábamos como en Viven. y charlábamos hasta las mil sobre Perrone, el oeste (de donde él era), el cine de autor, el dogma, porque era la época del dogma. y veíamos cortos que después proyectarían en ciclos en La Catedral y más tarde en la Biblioteca Nacional. vimos también un mundial juntos, qué mundial habrá sido. y gracias a él conocí y pude entrevistar a Leonardo Favio para el primer diario en el que trabajé. pero it´s all downhill after the first kiss. tampoco recuerdo cómo terminó. nunca fue algo formal tampoco, aunque en algún momento quisimos que lo fuera. él viajaba, iba y venía con sus cortos, México, Brasil. nos encontramos por azar una tarde en la línea D, y empezamos a vernos de nuevo. y cometimos el error de querer hacer un libro juntos sobre Favio. ya era el 2008 o 2009.
hace dos años, una noche, de casualidad, nos cruzamos en la Plaza de Mayo en un recital de Calle 13. J me miró con ojos de odio y siguió de largo con sus amigos sin saludarme. le escribí un mail amoroso después de eso. nunca me lo contestó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario