inspirada en la serie "cómo conocía a" de Rosario Bléfari, empiezo mi serie "cómo conocí a".
Cómo conocí a C
Trabajaba en un diario. Era sábado de noche, estaba en la redacción y me habían dado para corregir una nota que saldría en la revista del domingo. La nota se titulaba "El zen no es cool" y era una larga crónica de un periodista que había pasado un mes en un campamento de verano en un templo zen en Córdoba. Cuando terminé de corregirla, le pregunté a la editora quién era el periodista, porque quería conocer ese lugar. Yo también quería ser zen. Ella me dijo "¿Cómo? ¿No lo conocés? Es el que fue actor porno para una crónica y sepulturero también para una crónica, y entrevistó a tal tal y tal y tal y tal y tal". Bueno, ¿era una estrella del periodismo gráfico? OK. No, no lo conocía.
Nos encontramos un jueves a la noche en Dadá. Me dijo "El zen no es cool" y "El zen no es para vos".
Vivía en un pueblo a dos horas de Buenos Aires. Los fines de semana, me buscaba por la redacción e íbamos al cine o al teatro. O yo viajaba en una combi hasta allá, donde me esperaba sentado en una cascada artificial adentro de una galería que era la terminal. Andábamos en bicicleta por un parque, a la laguna no fuimos nunca porque decía que quedaba lejos y estaba sucia. Cocinaba para mí, veíamos películas, hablábamos de espiritualidad, de Gurdjieff, íbamos a comer a un club en el pueblo y teníamos mucho sexo. A veces los perros entraban en la casa mientras estábamos cogiendo y nos miraban. A la mañana temprano, antes de que saliera el sol, se despertaba y pasaba dos horas frente a una pared blanca. El zen no era para mí. Después de algunos meses dejamos de vernos. Ahora es sufi y está construyendo una mezquita en su casa. Tiene otra mujer, la tercera, y otro hijo, el tercero, de la tercera mujer. Le escribí un poema.
Cómo conocí a C
Trabajaba en un diario. Era sábado de noche, estaba en la redacción y me habían dado para corregir una nota que saldría en la revista del domingo. La nota se titulaba "El zen no es cool" y era una larga crónica de un periodista que había pasado un mes en un campamento de verano en un templo zen en Córdoba. Cuando terminé de corregirla, le pregunté a la editora quién era el periodista, porque quería conocer ese lugar. Yo también quería ser zen. Ella me dijo "¿Cómo? ¿No lo conocés? Es el que fue actor porno para una crónica y sepulturero también para una crónica, y entrevistó a tal tal y tal y tal y tal y tal". Bueno, ¿era una estrella del periodismo gráfico? OK. No, no lo conocía.
Nos encontramos un jueves a la noche en Dadá. Me dijo "El zen no es cool" y "El zen no es para vos".
Vivía en un pueblo a dos horas de Buenos Aires. Los fines de semana, me buscaba por la redacción e íbamos al cine o al teatro. O yo viajaba en una combi hasta allá, donde me esperaba sentado en una cascada artificial adentro de una galería que era la terminal. Andábamos en bicicleta por un parque, a la laguna no fuimos nunca porque decía que quedaba lejos y estaba sucia. Cocinaba para mí, veíamos películas, hablábamos de espiritualidad, de Gurdjieff, íbamos a comer a un club en el pueblo y teníamos mucho sexo. A veces los perros entraban en la casa mientras estábamos cogiendo y nos miraban. A la mañana temprano, antes de que saliera el sol, se despertaba y pasaba dos horas frente a una pared blanca. El zen no era para mí. Después de algunos meses dejamos de vernos. Ahora es sufi y está construyendo una mezquita en su casa. Tiene otra mujer, la tercera, y otro hijo, el tercero, de la tercera mujer. Le escribí un poema.
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