“Llegó la noche. La joven se había extraviado en su camino y muy fatigada se acostó sobre el blando musgo y apoyó la cabeza en el tronco de un árbol. Reinaba por todas partes el más profundo silencio: el aire era suave y templado, y millares de gusanos de luz brillaban en la hierba y el musgo como pequeños fuegos verdosos. La niña tocó con la mano una rama, y los brillantes insectos cayeron sobre ella como estrellas…”
Hans Christian Andersen, Los cisnes salvajes
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