viernes, 12 de abril de 2013

una playita


Venía hacia mis adentros dándome cuenta de que empecé a cruzarme con antropólogas de mi edad. E y M, dos personas muy únicas y particulares. También venía pensando en estos días la manera de articular el pensamiento que tienen los antropólogos, tan diferente a la manera en que lo articulo yo. Con pensar digo la manera de ver el mundo, de entender una comunidad. Con los rudimentos que fui adquiriendo en mi vida articulo el pensamiento y lo ordeno gracias a la literatura y los acontecimientos culturales que puedo detectar. Mientras escribo, me doy cuenta de que también G, una compañera de Iyengar, es antropóloga, y es muy particular. La cuestión es que ayer apareció de nuevo la antropología: el papá de V, a quien hacía años que no veía, también lo es; trabaja sobre las comunidades y las constelaciones de Bolivia. Y entonces ayer, mientras estaba en ese instante sagrado de deslizarme sobre las sábanas estiradas y releer algunas páginas en este caso del Facundo antes de quedarme dormida, me acordé de un momento muy único que pasé hace mucho tiempo: era una noche de sábado de invierno, estaba en Buenos Aires, tenía veintitantos. Estaba todo cerrado porque al día siguiente, el domingo, había elecciones en la ciudad. No sé cómo, con mi amiga P y una amiga de ella alemana, terminamos comiendo y bailando en una casa de madera sobre una playita en San Isidro. En esa casa, vivía un antropólogo polaco de nuestra edad que había venido a Argentina por un intercambio estudiantil. Yo tenía puesto un jean azul, botas marrones y una polera de lana celeste; no es un detalle menor, siempre recuerdo la ropa que llevaba puesta en los acontecimientos importantes, y puedo detectar que son importantes aunque en el momento no pueda argumentar por qué. Hablé mucho con el polaco esa noche; me hubiera gustado seguir en contacto con él pero no existía Facebook en esa época y no era tan habitual intercambiar mails así de fácil. Me acuerdo también que yo estaba mal por D y tenía un nudo en el estómago, como el que tengo ahora. Hablamos de antropología, de Margaret Mead, de Tristes trópicos, de cuánto me gustaba esa disciplina. Y cuando empezó a hacerse de día, le dije “hay un libro que quiero conseguir hace tiempo, pero no lo logro. Son los diarios de un antropólogo polaco, Malinowski”. Y fue estirar el brazo hasta la biblioteca y ponernos a leer. 

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