lunes, 24 de febrero de 2014

este miércoles a las 20 leeré poesía en el Nuevo Matienzo junto a grandes talentos del underground. están invitados, aquí las coordenadas 

viernes, 21 de febrero de 2014

ya no me sale escribir. a lo sumo, algunas coplas en una agenda vieja que tengo al lado de la cama.

martes, 11 de febrero de 2014


13 de diciembre

Teosofía

Positivamente no era mi día para la teosofía. Y no va que tomo un taxi con un chofer que, a propósito de sólo simpatía por mí, creo, me da una lección teosófica. Más materialista de lo que yo estaba, no podía. El chofer -un señor de cabello blanco, aspecto distinto y bonito- hablaba y yo no lo escuchaba. Escuché cuando habló de hermandad y entonces reaccioné de un modo extraño: no me sentí hermana de nadie en el mundo. Estaba sola. Pero hubo una cosa que me llamó la atención porque es mía también, incluso en un día de puro materialismo. ¿Cómo explicar? Dijo que nuestro ciclo en el mundo ya terminó y que no estamos preparados para este fin, que el año dos mil ya llegó. Para mí también el año dos mil es hoy. Me siento tan avanzada, aun cuando no pueda expresarlo, que estoy en otro ciclo, aun cuando no pueda expresarlo. Incluso me siento mucho más allá de escribir. ¿Marciana? No. Poco quiero saber. Y el año dos mil ya llegó, pero no por causa de Marte: por causa de la propia Tierra, de nosotros, por nuestra voracidad del tiempo que nos come. Sólo en materia de hambre no estamos en el año dos mil. Pero hay varios tipos de hambre: estoy hablando de todos. Y el hambre, no de comida, es tanta que engullimos no sé cuántos años y superamos los dos mil. Lo que yo aprendí con los choferes de taxi daría para un libro. Saben muchas cosas: literalmente circulan. En cuanto a Antonioni yo sé, y ellos no saben. Si bien tal vez, incluso ignorándolo. Hay varios modos de saber, ignorando. Conozco eso: ocurre conmigo también.


Clarice Lispector en Descubrimientos 

viernes, 7 de febrero de 2014

a fin de mes



leeré algunos poemas nuevos en el también nuevo matienzo. y luego me retiraré un rato a dedicarme a otras cuestiones. por un tiempo. están invitados.

Aquí, más información.

martes, 4 de febrero de 2014

mi nombre significa la casa y la casa es el tema de mi vida. la casa no. el hogar.

domingo, 2 de febrero de 2014

treinta y cinco años después vengo a enterarme de casualidad que en el campo hay cuatro higueras que algún pariente siciliano pobre plantó cuando llegó hace más de cien años a esta parte de la tierra. ¡gracias a él!
los higos se los están comiendo las cotorras. cuando se seque un poco el barro, salgo corriendo a cosecharlos.

yo no sabía

yo no sabía que el Guachito Gil hacía travesuras, hasta que casi llego a Paraguay por error. 
siempre es lindo viajar de noche, viendo las luces de los pueblos próximos que aparecen como una revelación. el Litoral, tan suelto él, tan libre, con su gente a la madrugada caminando a la vera del río, tereré en mano. en motitos, chicos lindos sin remera. viajamos con una luna llena que de manera total mojaba ese paisaje de esteros y palmeras. cuando nos dormíamos, ahí estaba de nuevo el micro que paraba una vez más en algún pueblito cuyo nombre ya ni nos esmerábamos por encontrar escrito en una pared o un negocio. 
hacia la madrugada profunda, sin mis anteojos puestos, a la vera de la ruta sólo veía una especie de toldería que se extendía por dos cuadras o más. sólo llegaba a ver luces amarillas encendidas y rojo. puestos de comida. un cartel con un "GRACIAS", escrito con convicción y urgencia. el micro volvió a parar, esta vez un rato más largo. seguí durmiendo. cuando me desperté, estábamos llegando a Paraguay. me había pasado casi dos horas del pueblo donde debía bajarme.
la peripecia es larga: un señor del micro puso a cargar mi celular ya sin batería para que pudiera avisar dónde estaba, me dejaron en el puesto de una policía caminera de Corrientes, donde dos personajes dignos de una novela de Carlos Busqued trataban de conseguir que algún auto o camión me arrimara hasta el lugar donde me esperaban. uno, de menos de 30 años, con la cara pegada a la tele tomaba mate, escuchaba chamamé de una radio que tenía en el baño y comentaba noticias policiales en voz alta. el otro, aparentemente mayor y callado, esperaba en el medio de la ruta bajo un sol que la derretía ver a lo lejos, como en un espejismo, algún bólido que se apiadara de mí. en la esquina de la caminera, una Virgen de Itatí con un pequeño Gauchito Gil repleta de flores, cigarrillos, monedas y billetes.
la pareja que me dejó en la tranquera del campo adonde iba me dijo con mucha risa: ¡fue el Gauchito!. parece que cuando uno ve un altar de él en la ruta, debe bajar a saludarlo, dejarle un cigarrillo, una flor, un mensaje, una fruta. sino él hace alguna travesura para que lo veas. increíble. así que en una pasada que hicimos de Tabay a Santa Rosa, paramos a saludarlo. le dejamos caramelos. 









sábado, 1 de febrero de 2014

todo es para ser mejores

Clarice Lispector jamás hubiera utilizado una red social. Estoy tan segura de eso. Ella, tan celosa de su intimidad, rodeada de un halo de misterio y delicadeza. 
Ahora estoy leyendo "Descubrimientos", los últimos artículos periodísticos que habían quedado sin recopilar de ella. Son aguafuertes breves y deliciosas.
Cuando me gusta un escritor, me gusta todo de él: la cara arrugada y con surcos de Beckett, las manos huesudas de Silvina Ocampo, la habitación ínfima de Emily Dickinson. De Clarice también me gusta todo: su elegancia, su cara rarísima, su ropa, sus peinados, su aura, su mano quemada, su casa brasileña, su mirada. Y me gusta porque fue un espíritu único. Creo que eso es una parte importante en el camino de la experiencia humana: ser quien uno es, sacándose de encima todas las cosas que se nos pegan al cuerpo y a la intención, como un chicle, que no son nosotros.
Hace muchos años, luego de una ruptura amorosa que me había dejado destrozada, mi analista me recomendó tomar clases de canto. Yo iba a las sesiones de terapia, hablaba muy poco y el resto del tiempo lloraba. El canto sería entonces una buena herramienta para canalizar esa energía trabada, esa angustia, que me tomaba por completo. La profesora era muy amena y tenía un contacto con la tierra que me interesaba. Había sacado hacía pocos meses un disco de canciones que me interpelaban y su estudio era en una vieja casona familiar de San Telmo por la que pasaban todos los músicos que había admirado durante mi adolescencia. En la primera clase, un día de verano como éste, luego de vocalizar, comenzamos algunos ejercicios con melodías. Y ahí apareció el chicle. Me dijo: ¿te oís? Y por primera vez oí la manera en que  apoyaba mi voz en la nariz, como pidiendo permiso para existir. Bueno, ese chicle logré despegármelo luego de muchos años de estudiar canto, con ella y con otras profesoras. No fue fácil, pero eso es lo interesante: superarnos.