domingo, 31 de julio de 2016

Los árboles

Los árboles comienzan a dar hojas
como algo a punto de ser dicho:
brotes recientes, calmos, se abren
en un verdor que es casi una pena.

¿Es acaso que vuelven a nacer
y nosotros nos ponemos viejos? No, ellos también
mueren. El repetido truco de renovarse
queda escrito en anillos de madera.

Y sin embargo, incansables, cada mayo
los castillos se desgranan en plena densidad.
Ha muerto un año, parece que dijeran:
comenzá, comenzá vos también de nuevo.

Philip Larkin (Gran Bretaña, siglo XX)

martes, 26 de julio de 2016

me encanta mirar programas viejos a la madrugada por canal á. programas de fines de los noventa. como el de la vida de Mildred Burton que vi hace unos meses o el de Estela Canto que vi el fin de semana. o el de Freud que está de fondo en mi habitación en este momento. son programas viejos pero parecen clásicos. no envejecieron mal. no. espero con muchas ansias que pasen el de Cecilia Amenábar, cuyo contenido no recuerdo pero que tenía tanta onda. seguramente les tengo cariño porque son la imagen de mi adolescencia. era todo esto tan moderno en los noventa, había ahí tanta información. a la madrugada la tele se confabula para hacerte sentir en 1990: en Volver pasan "Nano", qué hermosa Araceli con ese pelo negro llovido, en Cinecanal pasan "Todo sobre mi madre" y en Incaa pasan "Una noche con Sabrina Love". me tira la nostalgia (en los noventa también había una radio que se llama Nostalgie!), porque todo está por cambiar otra vez. lo único permanente es el cambio, lo aprendí con firmeza y lo sellé en piedra durante ese retiro vipassana. todo está por cambiar rotunda y profundamente de nuevo, y es bueno que así sea. pero sin embargo sé que recordaré este invierno de vacaciones, lluvia y frío con cariño. lo evocaré en el futuro con nostalgia de canal á y de barrio de La Boca.

domingo, 24 de julio de 2016

DOMINGO, 24 DE JULIO DE 2016
FAN > “MIENTRAS MIRO LAS NUEVAS OLAS”

LA ARENA CON CELOFÁN

FAN Una escritora elige su canción favorita: Belén Iannuzzi y “Mientras miro las nuevas olas”, de Serú Giran
Por Belén Ianuzzi
Buscaba desesperadamente alguna información que me ayudara a dar un salto. Recién había terminado el colegio primario y tenía permiso para ir caminando desde mi casa en Belgrano hasta la casa de mis abuelos en Belgrano: por Mendoza derecho, desde Zapiola hasta Cuba. Contaba también con ciertas herramientas que resultaron fundamentales: la plata que ahorraba de los almuerzos, los billetes que mi abuela Tata me guardaba en la mochila “para que te compres lo que quieras” y un walkman blanco que me habían regalado por mi cumpleaños durante un viaje a Chile.
“Lo que quieras” hasta ese momento eran plantas que elegía con dedicación de naturalista en El jardín de Julieta, un vivero que estaba frente al Museo Larreta. Empezaban los 90.
No fui una adolescente rebelde, no me llevaba materias en el colegio, creo sí que una vez me teñí un mechón de pelo en honor a Kurt Cobain. Pero eso fue después y es otra historia.
Una tarde, en una de esas excursiones cotidianas desde un Belgrano hacia otro Belgrano, decidí cambiar el camino, dar algunas vueltas, zigzaguear con método y atención, ampliar el campo. Así aparecieron Prix D´Amí (¿quiénes son esas personas que hacen música ahí? ¡quiero conocerlos!), el Barrio Chino (que en ese entonces se parecía más al de la película de Polanski que a un lugar turístico), Pettinato vendiendo pebetes de jamón y queso en Cabildo y Juramento, el teatro under de la Upebé... y las disquerías.
Mi casa no era una casa en la que se escuchara mucha música, se leía, se estudiaba, se trabajaba, pero la música era algo que ocurría en ocasiones especiales. Sin embargo, un instinto interior muy poderoso y misterioso me colocó con 12 años y unos pesos en una batea del viejo Musimundo de Cabildo y Mendoza, al lado de un cine que ahora es una farmacia. El mismo instinto me hizo comprar, sin tener la menor idea de qué se trataba, un casete: Bicicleta, de Seru Giran. Hasta ese entonces, Charly García era en mi círculo familiar más íntimo “un loco que se baja los pantalones en los recitales y se lo llevan detenido”. Desde entonces, Charly García es alguien más de mi familia, un integrante fundamental: une, acompaña, sensibiliza, abre la mirada.
“Quiero estar en la playa cuando se han ido los que tapan toda la arena con celofán”, “La música sigue pero a mí me parece igual”, “Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”, “¿Será cómo yo lo imagino o será un mundo feliz?”. Charly le había puesto palabras a mis sensaciones, a mis sentimientos, a mis dudas. Charly me había puesto voz.
A partir de “Mientras miro las nuevas olas”, mi walkman y yo entablamos una relación simbiótica. Ya no iba derecho desde Zapiola hasta Cuba, daba vueltas por la plaza frente a la iglesia del barrio, la Redonda, me quedaba pensando, empezaba a escribir.
Las pilas salían caras y duraban poco, de modo que me convertí en la loca del casete y la birome Bic. Rebobinaba la cinta con la birome en el aire dando vueltas con ahínco hasta volver a la canción, mi canción, hasta poder cantar la letra de corrido y sacar los acordes en la guitarra. Esa canción fue, es y será un talismán que llevo guardado dentro de mí y al que regreso cada vez que me siento perdida. Ahí, en esa canción, estoy yo.
Puedo organizar mi vida, contarla, narrarla a partir de los discos de Charly García. Puedo decir: “En la época de El aguante me puse de novia con tal”, “En la época de La hija de la lágrima fue cuando empecé a caminar y a conocer la avenida Corrientes, con sus librerías y su bohemia”, “En la época de SInfonías para adolescentes decidí cambiarme de carrera y estudiar Letras”, y así con todos y cada uno de sus discos.
En esa misma época, creo que en el 93, terminó un programa de televisión que veía de chica y que adoraba. Se llamaba El agujerito sin fin. Iba por Canal 13, lo conducía Julián Weich, acompañado por grandes músicos en ascenso: Pablo Marcovsky y Claudio Morgado. Ese último envío terminó con un videoclip: imágenes de programas viejos con “Mientras miro las nuevas olas” como banda de sonido. Me gusta pensar que fue un guiño de esa fuerza poderosa y misteriosa que me acercó a Charly para decirle adiós a la infancia y entrar bien acompañada a la adolescencia.

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neo noir







Nueva York de noche, maleantes, mujeres hermosas, lluvia y Al Pacino. Qué gran película es Serpico (Sidney Lumet, 1973)

jueves, 21 de julio de 2016

creo que estoy fuera de época, me parece que la gente abandonó del todo los blogs y se mudó a otros espacios más exhibicionistas e instantáneos. no tengo nada en contra ellos, pero de sólo pensar en esa velocidad, se me fragmentaría el cerebro en mil pedazos. el cerebro, la mente, ¿qué es la mente? mi analista, que es médico, está muy indignado con los libros escritos por neurólogos que hablan de "la mente". se pusieron de moda las neurociencias y ahora todo es la mente la mente la mente. la gente medita para aquietar la mente (siempre que diga la mente lo diré entre comillas imaginarias, para no contradecir al hombre que lleva los carriles de mi mente), toma pastillas para aquietar la mente, drogas para proyectar la mente y así. realmente qué problema es la mente, comillas. ¿a qué quiero llegar con esto? creo que no tiene sentidos. son sólo juegos de la mente. ahora son las vacaciones de invierno y paso los días durmiendo bien y perdiendo el tiempo. y me comprometí conmigo misma: estoy enamorada de un anillo que me regalé. es de herkimer de la Patagonia, una piedra prima del cuarzo. mi herkimer tiene una particularidad: es transparente, como un cuarzo sin niebla, pero adentro tiene manchas negras: son sedimentos que quedaron dentro cuando la piedra estaba en su formación. 

lunes, 18 de julio de 2016

Contra todos los males de este mundo

Vamos a buscar
al enorme dragón
a su morada entre las ruinas de oro.

La noche nos guía
al sol se asomará
y al volverse 

lo obligaremos 
a dar su corazón
a dar el antídoto
contra todos los males de este mundo.

Vamos a buscar
aquel viejo tiburón
a las profundidades del mar de la sangre.

La marea misma
nos guiará
y al cambiar
lo obligaremos 

a dar su dirección
a dar en antídoto
contra todos los males que hay aquí.

Vamos en procura
de un genio tirador
que pruebe con nosotros o busquemos la forma
de algo que nos cure la preocupación
algo que nos sirva
contra todos los males de este mundo.


Spinetta, 1981

jueves, 14 de julio de 2016

qué libro inmensamente sanador es Hasta que puedas quererte solo, de Pablo Ramos. no entiendo por qué no llegué antes a su literatura, por qué nadie me lo recomendó. por qué por qué por qué.

ayer en la escuela hubo una jornada sobre bullying. cuántos chicos pasan por eso y sufren tanto. es difícil. es una crueldad muy inherente a una parte del espíritu humano, algo de su oscuridad sin resolver ni asumir. después de conversar y de ver algunos videos, cada año tenía que hacer un afiche en el que sintetizaran lo que habían elaborando personal y grupalmente sobre este tema. me tocó estar con los chiquitos de primer año. su idea: recortaron de revistas a muchas personas, todas distintas, de distintas edades, colores, formas corporales, nacionalidades, e hicieron una especie de mar de gente. arriba, pusieron con letras gordas: Más respeto Menos maltrato. entre todas esas personas que recortaron de revistas viejas, había una foto de Fernanda Laguna, en el balcón de su casa, lleno de hojas secas de otoño, con calzas de leopardo, ojotas con medias, haciendo anteojos sobre su cara con sus manos. no me imagino una imagen mejor para representar a los poetas: tapados por la naturaleza, gestualizando entre las personas.

miércoles, 13 de julio de 2016

viernes, 8 de julio de 2016

Bicentenario de la independencia

La Patria


Esta tierra sobre los ojos,
este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,
esta noche continua, esta distancia.
Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,
pobre sombra de país, lleno de vientos,
de monumentos y espamentos,
de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,
escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,
repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando
de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.

Pobres negros.

Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,
dónde el que come los asados y te tira los huesos.
Malandras, cajetillas, señores y cafishos,
diputados, tilingas de apellido compuesto,
gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,
centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,
coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,
bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,
secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,
contraflor al resto. Y qué carajo,
si la casita era su sueño, si lo mataron en
pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,
te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña
envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,
mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate
con su verde consuelo, lotería del pobre,
y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos
para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.
Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,
pobres blancos que viven un carnaval de negros,
qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,
en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,
en los ranchos que paran la mugre de la pampa,
en las casas blanqueadas del silencio del norte,
en las chapas de zinc donde el frío se frota,
en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.
Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,
vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,
tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,
tango, coraje, puños, viveza y elegancia.
Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado
en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo
saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,
no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.
La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,
ser argentino es estar triste,
ser argentino es estar lejos.
Y no decir: mañana,
porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome la cara
(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)
me acuerdo de una estrella en pleno campo,
me acuerdo de un amanecer de puna,
de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,
de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos
quemando un horizonte de bañados.
Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles
cubiertas de carteles peronistas, te quiero
sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,
nada más que de lejos y amargado y de noche.

Julio Cortázar

domingo, 3 de julio de 2016

dos películas

que vi y me encantaron, durante este fin de semana de lluvia:


Recuerdos de Serge


El jardín secreto 




Encenderé un fuego
Belén Iannuzzi
La Carretilla Roja
¿Es una promesa, una advertencia, una intención? Las intenciones integran el nuevo libro de poemas de Belén Iannuzzi (Buenos Aires, 1979). “Intención del día: no dejarme vencer por la melancolía/ Intención de la semana: juntar plantas y flores/ Intención del mes: amanecer con el primer sol/ Intención del año: subir la quebrada/ Intención de la vida: abrigarme”, se lee en “La quebrada”, uno de los diez poemas de Encenderé un fuego. La naturaleza funciona en ese y en otros poemas como un modelo de asociaciones, de sentidos aparentes y ocultos, de funciones. La noche es un jinete, la arcilla suaviza el corazón, la acidez dulce de la hiedra pesa y libera. “Escribo el desplazamiento,/ avanzo”: esa fórmula (enunciada en el poema “La montaña”) describe por aproximación la escritura de Iannuzzi. También el cuarto verso del poema “El jardín”: “Escribir, la flecha”. 
“Siento que la relación entre mi escritura y la naturaleza viene dada a partir de otra relación más grande, que es la relación de todo ser vivo con su ecosistema, por llamarlo de alguna manera –dice Iannuzzi−. Nosotros, los hombres, que estamos en este mundo tan extraño, tenemos, entre otras cosas, la palabra. Hay algo importante para mí en esta relación: no me interesa el paisaje sin el hombre, sino el hombre que lo atraviesa y lo dice. No una poesía del paisaje, sino una poesía del hombre transitando su vida en él.” En los poemas, presentados como escenarios donde transcurre una transformación, se revelan instancias de ese proceso a la manera de un razonamiento con acotaciones simples. En el poema final, “Hiedra al sol”, un ecosistema de hormigas y raíces, flores de un jazmín paraguayo y baldosas restituye una familia del pasado. Encenderé un fuego invoca la melancolía sin acto de rendición.
La experiencia del entorno alimenta el fuego del poema. Iannuzzi recuerda un verso de Kathleen Raine: “El poema es un espíritu y yo lo haré encarnar”. ¿Cómo se encarna en el poema? “A mi modo de ver, la poesía transmite experiencia cuando tiene dentro de sí cierto grado de verdad –dice la autora−. Pienso en un poema que lo ejemplifica con mucha hondura y pureza, ‘Tiempo del hombre’, de Atahualpa Yupanqui. Ojalá yo pudiera ser una unidad tan orgánica con mi poesía. Las experiencias que puedo transmitir, y en el mejor de los casos lo haga, son las preguntas filosóficas más existenciales que se hacen las personas, pero a la vez las más concretas y cotidianas, en tanto las determinan: quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, quién nos creó, por qué, qué hacemos entonces con todo esto.”
A partir de su libro anterior, Los que tienen fe, la escritura de Iannuzzi se volvió más reflexiva. Los episodios domésticos o sociales se filtran ahora por una conciencia tímida, ávida de aprendizaje y metódica, que avanza por el camino de la emoción. “En mis tres primeros libros miraba el mundo con admiración y extrañeza y de ahí surgían los poemas, y eran de algún modo ‘poemas exteriores’ −señala−. Ahora la mirada está puesta en mi interior, como si la contemplación hubiera dado una vuelta y posado su foco de atención en otro paisaje más íntimo y misterioso o delicado. Nunca para mí la poesía es una elección consciente, sino que es un proceso que va ocurriendo y que cuando ya está sedimentado dentro de mí puedo escribir o ir adivinando. Todo este proceso no puede darse sin la presencia de los otros.” En Encenderé un fuego el mantra del futuro tuerce el destino: “Trabajaré la tierra cada día/ y así mi corazón se volverá fértil/ cada día/ cada día”.
Daniel Gigena en Revista Lúcuma