miércoles, 16 de marzo de 2016

Los meses y los días son viajeros de la eternidad. Los años van y vienen y también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de barcos o envejecen conduciendo caballos, cada día es un viaje. El viaje mismo se vuelve su hogar. Entre los antiguos, muchos murieron en plena marcha. Incapaz de refrenar pensamientos de vagabundeo –desde hace cuánto tiempo, no lo sé– recorrí la costa igual que un girón de nube se deja llevar por el viento. Al correr el otoño pasao, volví a mi choza a orillas del río y barrí las telarañas.
Gradualmente el año llegó a su término. Entonces me vinieron ganas de cruzar el paso de Shirakawa en primavera, cuando hubiera neblina en el aire, hasta llegar a Oku. Poseído por un duende viajero y con las señas que me hacían los espíritus del camino, no conseguía fijar mi mente ni ocuparme de otra cosa. Remendé mi pantalón rotoso, cambié las cintas al sombrero de bambú y me apliqué moxa en las espinillas, a fin de fortalecer las piernas para el viaje. En ese momento sólo era capaz de pensar en la luna de Matsushima. Cedí mi cabaña y me trasladé a casa de Sampú para permanecer allí hasta la salida de mi viaje, no sin antes colgar de un piñar de mi choza un renga en ocho estrofas, la primera de las cuales dice así:
Con nuevos inquilinos
hasta una choza puede volverse
casa de muñecas.
.................

De pronto me vinieron unas ganas locas de ver flores. El ansia guió mis pasos hacia Yoshino, a mediados de marzo. En Ise vino a recibirme aquel con quien había decidido marchar cuando estaba en Irago. Quería compartir conmigo los sinsabores del camino y atenderme lo mejor que pudiera. Para la ocasión, se puso como nombre Mangikumaru (“chico de los diez mil crisantemos”). Me encantó este apodo irónicamente infantil. Al ponernos en marcha, garabateamos riendo en los sombreros: “Sin domicilio fijo en este mundo: solo dos caminantes”.
Te mostraré
cerezos en Yoshino
sombrero de ciprés
En Yoshino yo también
te haré ver qué cerezos
sombrero de ciprés
Demasiados bártulos estorban en un viaje. Me deshice de casi todo. Sin embargo, tuve que empacar en un jergón, impermeable, plancha de piedra para fabricar tinta, papel, mis remedios, canasta con comida....Llevaba todo a cuestas, claro, con piernas inseguras bajo mi cuerpo enclenque. Estuve a punto de caer de espaldas. Casi no avanzaba en el camino, me sentí completamente miserable:
Exhausto, al fin encuentro
alojamiento.
¡y flores de glicina!

de Diarios de viaje, Basho (Japón, siglo XVI)

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